Antonio Centeno y Juanjo Compaire
Autor y transcriptor: Juanjo Compairé.
Conocí a Antonio en un Seminario de la Facultad de Derecho de la UB, dentro de la Clínica Jurídica “Dret al dret” (“Derecho al derecho”), que dirige nuestro compañero Antonio Giménez junto con otro Antonio, Antonio Madrid. Se hablaba de los derechos humanos desde la perspectiva de la diversidad funcional y la intervención de Centeno me llamó poderosamente la atención. He aquí, me dije, un hombre que ha reflexionado a fondo sobre qué significa ser tratado como “minusválido”. Y, más allá, sobre cómo el patriarcado ha etiquetado los cuerpos encerrándolos en una cárcel de la que resulta imperioso salir.
Hoy he ido a su casa a hablar con él. Nada más entrar me ha llamado la atención que la puerta de entrada de la calle se abría y se cerraba sola. Una vecina que ha entrado conmigo me ha comentado “Es que en este edificio viven muchos minusválidos” (sic). Luego, cuando he visto que la puerta de su piso también se abría y cerraba sola he comprendido que él también lo había solicitado.
La casa de Antonio es luminosa, espaciosa, sin obstáculos. Como su mirada. Me he sentado frente a él mirándonos a los ojos y la conversación ha fluido de manera natural. La verdad es que él se explica la mar de bien, está muy convencido de lo que dice (inclusive diría que está convencido de sus dudas) y lo sabe comunicar.
- Muchas gracias por recibirme, Antonio. Si quieres, puedes comenzar por hacer una presentación tuya como persona, la asociación que representas, lo que hacéis.
Bueno, empezaría porque no represento a nada ni a nadie. Estamos organizados de una manera que no funciona por representación, sino por participación directa. Hemos aprendido con el tiempo que delegar aquellas cosas que marcan tu vida cotidiana es una mala idea. Desde la “buena voluntad” se hacen cosas bastante terribles.
Somos una asociación pequeñita (La Oficina de Vida Independiente, OVI, de Barcelona). Somos un grupo de 10 personas, todas con una necesidad de asistencia personal generalizada, este apoyo que nos permite tomar las decisiones sobre qué es lo queremos hacer en nuestro día a día. La asistencia personal te permite, a diferencia de otro tipo de apoyos profesionales, cosas tan básicas como elegir quién toca tu cuerpo. Porque en otro tipo de servicios, como las residencias o el servicio de ayuda a domicilio, resulta que tu cuerpo ya no es tuyo y que la administración decide quién lo va a tocar, y cuándo, cómo y para qué. Es una violencia institucional muy potente y muy invisibilizada, que no se detecta como parte del problema, sino que todavía se piensa como parte de la solución.
El 2006 intentamos darle la vuelta a esa situación, nos organizamos como Oficina de Vida Independiente, presentamos un proyecto de asistencia personal al Ayuntamiento, con el que financiarnos, de tal manera que nosotros tuviésemos la responsabilidad y el control sobre esta asistencia. Que cada cual pueda decidir a quién contrata, en qué horarios, para hacer qué tareas y cómo, pero que fuese la Administración quien corriese con la financiación, porque entendemos que éste es un derecho básico, poder hacer este tipo de actividades de la vida diaria.
Ya llevamos, pues, una década. La iniciativa se ha ampliado a un Programa dentro del Ayuntamiento, de bastantes personas. Y ahora estamos trabajando para que se incorpore definitivamente a la cartera de servicios sociales, que sea un recurso más y llegue a todo el mundo que requiere este tipo de apoyo.
Éste es un tipo de apoyo que no solamente nos ha cambiado la vida a nosotros sino que tiene un efecto de contagio. Todas las familias –fundamentalmente las mujeres- que estaban cubriendo ese vacío que deja la deserción del Estado han podido también rescatar su vida.
Hemos generado también un movimiento económico, de creación de puestos de trabajo: unas 20 nóminas a tiempo parcial. Una gestión muy eficiente, porque el 98% del dinero que financia el proyecto se dedica a pagar nóminas. La gestión se lleva muy poco porcentaje, porque nosotros mismos nos encargamos de buena parte de esa gestión.
Desde este proyecto, desde este grupo pequeñito de activistas, a partir de tener estos apoyos necesarios para poder hacer nuestra vida, hemos podido levantar un poco la cabeza, mirar para adelante y preocuparnos también de otras cosas. Todo a partir de tener cubierto este nivel básico de tener un cierto control sobre tu cuerpo, sobre tu vida, en tus actividades cotidianas.
Uno de esos proyectos es en torno a la silla: un proyecto de diseño colaborativo, de productos de apoyo. Una de las cuestiones con las que nos encontramos a menudo es que las ortopedias estandarizan. Cada cuerpo es peculiar en su manera de funcionar y eso resulta inmanejable para el mercado. No es rentable hacer cosas personalizadas. La tecnología que debería ayudarnos en nuestro día a día nos ha sido expropiada y está en manos puramente del mercado y eso no casa bien con las necesidades de las personas. Formamos un colectivo “En torno a la silla”, que nos dedicamos a eso, sin que haya “expertos” y “usuarios”, sino que todos estamos en un plano de igualdad. Colaboramos para identificar las necesidades y vemos cómo construir y hacer llegar esos productos de apoyo a la gente.
Aparte de los apoyos materiales –como la asistencia personal o la asistencia tecnológica- también vimos que era necesario trabajar a un nivel más simbólico, empezando por el lenguaje. Nosotros, por ejemplo, no utilizamos la palabra “discapacidad”, sino “diversidad funcional”. Y eso no sólo es un cambio terminológico, sino de idea. Pensamos que es muy mala idea intentar definir un grupo humano a partir de lo que creemos que NO pueden hacer. Esto es algo que no se hace con ningún otro colectivo; sólo con nosotros. Pensamos que el tema de las “capacidades” no es un tema tan sólo de la persona, sino que tienen que ver con su relación con el entorno. Una misma persona, en entornos diferentes, desarrolla capacidades diferentes.
Entonces pensamos que es un tema de diversidad humana. La realidad es que todos los cuerpos son diferentes, que funcionan de manera diferente a lo largo de los ciclos vitales. Es, pues, un tema de diversidad y no tanto de supuestas capacidades o no. No entendemos que las capacidades deban ser ni definitorias ni un requisito previo para poder acceder a una ciudadanía plena, sino que las capacidades deben ser el resultado del ejercicio de esa ciudadanía plena. En el momento en que tú tienes los apoyos necesarios para desarrollar tu vida cotidiana, surgirán, seguro, capacidades propias. Pero no ponerlo como requisito, decir que sólo en la medida de que eres capaz de … se te permite participar en los procesos sociales.
Entonces, desde esta lucha desde lo simbólico, comenzando por el lenguaje, llegamos también a interesarnos por la sexualidad y por la representación de la sexualidad de las personas con diversidad funcional. Porque hay un proceso muy perverso que consiste en “infantilizar”.
- Has citado de paso la relación con la familia. Una persona con estas circunstancias es considerada un “niño perpetuo”, que depende de su familia (lo cual quiere decir, de las mujeres de la familia, generalmente).
Sí, te conviertes un poco en un “apéndice” de la familia…
-Y en una “carga”, ¿no?
Claro, claro. De hecho, lo que genera esa falta de apoyo por parte de los poderes públicos es la destrucción de la relación familiar. Porque tus familiares ya no son más tus familiares, son tus cuidadores… Se rompen las relaciones, se vician. Y no sólo con los familiares. Con todo tu entorno. A tu paso vas convirtiendo a la gente que vas conociendo en tus asistentes eventuales: tus amigos, el señor de la cafetería, con quien subes al autobús… Al final, ante la falta de apoyo vas sobreviviendo como puedes, vas pervirtiendo tus relaciones sociales porque tienes que relacionarte con los demás desde esa posición subalterna de tener que pedir la ayuda del otro. Por mucha buena voluntad que tenga el otro tú ya estás en una posición que no es ya de igual a igual.
Surge, pues, la necesidad de buscar esos apoyos materiales para cambiar ese tipo de cosas. Y como digo, no es sólo un problema técnico de tener los apoyos necesarios (que hace falta), sino que hay que cambiar también la mirada, los valores con los que nos acercamos a esa realidad de la diversidad funcional.
Y allí encontramos que la sexualidad tenía un papel clave por eso. La “infantilización” que tú nombrabas antes no es inocua; es una manera de hacer parecer natural que seamos dependientes. Los niños son dependientes de manera natural. Y si se trata de algo natural no se trata de una cuestión política: estamos situados en el terreno de la tragedia personal, del drama. “Es un problema tuyo y nosotros –que somos muy majos- te ayudaremos en lo que podamos.
Pero el problema es tuyo. No es una cuestión política; es un drama personal que te ha pasado”.
Entonces, para poder politizar esa situación y situarla en el terreno de lo comunitario, creemos que la sexualidad nos puede ayudar a romper ese círculo vicioso que hace que, al infantilizarte se vea como natural la dependencia y que, al revés, al verse como natural tu dependencia se te infantilice.
Bueno, es algo que está mal resuelto en general para toda la población. Y en el caso de la diversidad funcional, quizá todavía más. Porque, entre otras cosas, las familias están tan aterrorizadas que no tienen ninguna razón para pensar que te va a ir bien en la vida. No tienen ninguna referencia sobre eso. Todo el relato social que hay es trágico. Entonces ese miedo hace que la balanza que hay siempre entre seguridad, protección y la libertad personal siempre se decante del lado de la protección, hasta el punto de asfixiarte o anularte como persona.
La idea sencilla, en plan slogan era esta: “sexualizar para politizar”. Nuestro punto de partida era muy elemental: simplemente reclamarnos como seres sexuales (cosa que nadie más se ve en la necesidad de hacer: se asume que todo el mundo es sexuado, con deseos, con potencial de ser deseable también). Nosotros tuvimos que arrancar desde este punto. Por eso, el título del documental que impulsamos, “yes, we fuck”, intentando situarnos en ese terreno, en el que no se nos espera. Y hacerlo intentando sacudir la sociedad en general. Nuestro intento no es tanto “explicar”, “ser pedagógicos”, describir cómo es la sexualidad de las personas con diversidad funcional (cosa que, además, es imposible, porque tendríamos que explicar tantas historias como personas hay). Intentábamos que, a partir de unas cuantas historias (concretamente, 6 historias), introdujéramos imágenes en la cabeza de la gente; imágenes que resultasen incompatibles con los prejuicios, con los clichés previos, que la mayor parte de la gente tiene sobre la diversidad funcional y la sexualidad. Por tanto, a partir de esa idea de que son cosas incompatibles, la gente tuviera que repensar cómo es eso de la sexualidad y cómo es eso de la diversidad funcional.
Luego, muy en contacto con este proyecto, otro que va también en ese sentido de crear un imaginario diferente de la sexualidad y de la diversidad funcional, es la película “Vivir y otras ficciones”, que vamos a estrenar ahora en el Festival de San Sebastián. Es decir, estamos intentando trabajar también ese terreno de lo simbólico, porque necesitamos cambiar la mirada y los valores, porque, si no, las herramientas nunca llegan a funcionar del todo bien.
- Comentábamos antes de empezar la entrevista que a los hombres se nos ha impuesto desde el patriarcado un modelo de sexualidad muy basado en lo genital, lo compulsivo, en lo penetrativo (“coitocéntrico”, decimos), en el pene como falo (el pene deja de ser un órgano para ser un símbolo). Desde el punto de vista que vosotros trabajasteis en el documental “yes, we fuck”, ¿qué podríamos aportar?
Este es uno de los aspectos que más nos interesaba. No queríamos hacer un documental centrado en la diversidad funcional, sino que esta fuese un elemento que nos permitiese hablar de cosas generales que tienen que ver con el cuerpo, con la sexualidad, con el deseo, con el placer de cualquiera. Entonces, uno de los problemas más graves que tenemos es este que tú explicas: hemos convertido la sexualidad en un ritual de ejercicio de poder machista y todo lo que se salga de ahí no es sexo de verdad.
- El imaginario del porno, por ejemplo…
El porno, eso que “nadie” ve, es una herramienta potentísima para conformar la idea de lo que es sexualidad, de los cuerpos que son los que tienen que sentir esa sexualidad, de las prácticas que son admisibles. Entonces, romper con todo eso es muy complejo y ahí la diversidad funcional abre ventanas, abre oportunidades. Porque muchas veces en los cuerpos diversos la sensibilidad, el funcionamiento es de otra manera. Es prácticamente imposible intentar acomodar esas otras maneras de funcionar y de sentir al mandato de esa sexualidad tan estrecha.
Por tanto, a partir de ahí tienes que construir. Nuestro intento desde luego no era hacer un documental para demostrar que nosotros también podemos hacer lo que hacéis los demás. No. Lo que nos interesaba más es decir “lo que estamos haciendo todos no tiene mucho sentido; vamos a plantearnos qué hacemos con nuestros cuerpos y con nuestros deseos”. Y ahí se abren muchas oportunidades, a partir de cuerpos que sienten de otra manera, que funcionan de otra manera, donde lo “falocéntrico” lo “coitocéntrico” pierden bastante sentido. Se abren oportunidades para cuestionar también los roles de género.
Por ejemplo, si un hombre con diversidad funcional no es un “hombre” (en el sentido de que no puede cumplir con ese mandato de ejercicio de poder); si una mujer con diversidad funcional no es una “mujer” (en el sentido de que no puede cumplir con el papel de complacencia, de reproducción, etc), mostrar este tipo de situaciones puede ser útil para una reflexión general.
- Escuchándote estaba pensando en este catálogo de “minusvalías” que va aumentando. Cada vez hay más mercado. En el caso de la sexualidad, estas clínicas de tratamiento de la disfunción eréctil, de la eyaculación precoz, etc. Para que este catálogo siga aumentando imponer una mirada de cuál es el sexo “normal”.
Esos procesos son generales. Eso de “medicalizar” la vida es muy general, pero en las personas con diversidad funcional ha sido y es mucho más intenso. Se nos considera enfermos básicamente (por supuesto que podemos estar enfermos como cualquiera otra persona) y que por tanto, nuestras dimensiones vitales se reducen a convertir nuestras vidas en tratamientos médicos y punto. Pero esto que nos ha pasado a nosotros históricamente es algo que empieza a ser mucho más general. Aquí, por tanto, se abre otra oportunidad: si al final tienes que inventar tantas cosas para que la Tierra sea el centro del Universo, a lo mejor es que hay que cambiar el modelo, colocar al Sol en el centro y las cosas van a funcionar un poco mejor. Estamos en un modelo aún “ptolomeico” y necesitamos un cambio de paradigma en el que saquemos el coito y el pene del centro y pongamos otros elementos que nos van a hacer más felices.
- Y esos elementos podrían ser el dejarse ir, el afecto…
Pues sí, yo creo que ahí cada cual puede encontrar los suyos. Lo primero es que cada cual se sienta libre para buscar y encontrar los suyos. Sospecho que mucho de eso va a pasar por lo que dices, por poner los afectos en el centro, porque el sexo no sea una cuestión de ejercer poder sino de comunicación, que lo lúdico vuelva a ser parte de ese centro. Seguramente al final va a ir por ahí, pero que cada cual se sienta libre de inventar su universo sexual, su manera de relacionarse con los demás.
- Es lo que un sexólogo compañero nuestro llama la “diversidad sexual benigna”. Benigna, porque excluye la violencia, las relaciones violentas por lo menos no consentidas.
A mí el término no me convence mucho, porque muchas veces nos acercamos a la sexualidad desde el problema, desde el riesgo, desde el abuso y eso sobre todo cuando nos acercamos a la sexualidad en el ámbito de la diversidad funcional, sobre todo con la diversidad intelectual. Una visión de la sexualidad como fuente de problemas y no como fuente de soluciones.
- La asistencia personal ¿incluye también la asistencia sexual? Esto lo veis como un derecho para poder llevar una vida autónoma. ¿Es un derecho que las instituciones tendrían que solucionar? ¿Sería una cuestión particular, mixta?
Entendemos la asistencia personal como un derecho humano. Y no es que la entendamos así nosotros. Es que en la ONU se ha firmado una Convención de derechos de las personas con discapacidad, del 2006 y que es el primer tratado de derechos humanos del siglo XXI, aprobado por España y la Unión Europea y que establece en su artículo 19 el derecho a una vida independiente y el deber de los Estados a proporcionar la asistencia personal necesaria para ello. Por tanto, a nivel legislativo y a nivel ético, sobre todo, creemos que es un derecho y que, por tanto, es una responsabilidad de los poderes públicos garantizarlo.
La asistencia personal es un apoyo para hacer todas las tareas cotidianas, de manera que sea la persona quien toma las decisiones y la persona asistente quien lo hace posible con su apoyo. Siempre entendiendo que es la persona quien decide qué hacer, cómo y cuándo. Es decir, tu asistente no tiene por qué saber cocinar. Eres tú quien tiene que saber hacer la paella. El asistente va a cortar el tomate, va a poner el agua aquí o allá, según tú le digas, pero no tiene por qué saberlo. El asistente personal no cuida de ti; es un apoyo para que tú cuides de ti mismo.
Éste ha sido el giro que le hemos dado al tema: no son tanto las tareas que podrían ser a primera vista indistinguibles de otras figuras, como la asistencia a domicilio o como cuidador familiar, sino el rol que juega cada cual, que es totalmente diferente. Esta es la clave de la asistencia personal.
Dentro de eso podría entrar la asistencia sexual. Es decir, cuando el asistente personal te asiste en el terreno de lo sexual (para que puedas explorar tu cuerpo, para que puedas tener una relación con otra persona, todos los preparativos que necesitas antes y después,…), todo este tipo de apoyos en otra cultura los haría el asistente personal también. En nuestra cultura, todo lo que tiene que ver con el deseo, con el placer, con la sexualidad resulta problemático. Por tanto, los asistentes personales no están haciendo ese trabajo.
Aquí tenemos tres alternativas: una podría ser luchar para que los asistentes personales se ocupasen de eso; también para que trabajadores sexuales se ocupasen de eso. Entonces o bien podríamos ponerles a discutir entre ellos quién lo hace (que generaría un debate muy negativo) o quién no lo hace. Esa sería una mala solución. Creo que también sería una mala solución decir que lo podrían hacer indistintamente tanto asistentes personales como trabajadores sexuales, porque generaría una confusión y sería difícil de articular una propuesta política para llegar a una situación en la que la asistencia sexual fuera reconocida como un derecho.
Entonces, la tercera opción, la que a mí me parece más viable, es crear una figura nueva, que es el “asistente sexual”. Es alguien que te apoya en aquellas tareas cotidianas que tienen que ver con lo sexual, entendiendo que eso tiene que ver con el derecho a tu propio cuerpo. Es decir, si tú no puedes explorar tu cuerpo, no puedes tocarte, no puedes masturbarte (que es algo que habitualmente cualquier otro hace por sí mismo, sin tener que contar con otra persona), en eso te va a apoyar tu asistente sexual.
El asistente sexual no es alguien con el que tú vayas a tener sexo. Este es otro tipo de servicio sexual, que no lo entendemos como un derecho. Entendemos como derecho aquello que tú haces con tu propio cuerpo. Si se trata de acceder a otros cuerpos, ese es otro tipo de servicio (que habría que regular, en el sentido de facilitar derechos y garantías a las personas trabajadoras y a las personas que utilizan esos servicios), pero no constituye un derecho en el sentido que lo constituye el asistente sexual, cuando tú lo que quieres es acceder a tu propio cuerpo. El asistente sexual te ayuda a explorar tu cuerpo, puede masturbarte, pero no va a implicar su sexualidad en ese vínculo.
Esta figura nueva es un tipo de trabajo sexual. Hay muchos tipos de trabajo sexual: la prostitución, el “strip-tease”, la pornografía, el masaje erótico… Todos ellos comparten un cierto estigma y también son diferentes en muchos aspectos. La asistencia sexual es un trabajo sexual más, diferente de los otros.
- ¿Y este sería un servicio que estaría cubierto, como los asistentes personales?
Totalmente, e incluso antes. Es decir, estamos siempre con que la sexualidad viene al final. No, la sexualidad hay que colocarla delante, como un motor. Si tú no tienes ese estímulo que significa poder vincularte con los demás desde el deseo, desde el placer, esa necesidad de que tu cuerpo sea tuyo, de que tengas intimidad, de que tengas bienestar, ¿de dónde sacas todo eso?
Hay muchas personas con diversidad funcional que no tienen vida independiente no tanto porque no tengan asistente personal, sino porque ni siquiera está en su cabeza que tengan que tener una vida propia. Han asumido, han asimilado el discurso que les dice que son ese apéndice de la familia que decíamos antes (y cuando no hay familia, “carne de institución”). Tenemos que colocar la sexualidad delante, que la gente se reapropie de su cuerpo y se vincule con los demás incorporando todos los elementos del deseo, del placer, de la necesidad de tener vida propia, intimidad y libertad. Es un derecho y si tenemos que poder jerarquía lo pondría por delante de la asistencia personal. Una asistencia sexual es más efectiva para cambiar la vida de las personas.
- Porque la identidad de cada persona está relacionada con el deseo.
Claro, porque ¿cómo vas a hacer una vida independiente si no lo deseas? ¿Y cómo lo vas a desear si no tienes la idea de que tu cuerpo es tuyo, de que tu intimidad es tuya, de que te puedes vincular con los demás desde el deseo, desde el placer? Entonces, es básico, elemental que se reconozca como derecho, que se implemente, que se apoye financieramente y eso delante de cualquier otra cosa. Creo que no hay ningún otro elemento que tenga la capacidad de transformar la vida de alguien tanto como recuperar tu cuerpo y situarte en la vida, no desde una perspectiva de supervivencia, sino de compartir afectos, placeres. Sin eso, ya podemos poner todas las soluciones técnicas que queramos al alcance, que si no existen las ganas de la persona de llevar ese tipo de vida…
Además, no es algo nuevo. Si piensas en cualquier otro grupo humano que haya sido oprimido sistemáticamente (pensemos en las mujeres, en cualquier minoría étnica), no basta con un programita de inserción laboral. Si cada persona de esos grupos no incorpora esa voluntad de tener una vida propia, de que su cuerpo sea suyo, que no está aquí para sobrevivir, sino que tiene todo el derecho de vivir una vida plena.
- Sí, veo muchos puntos de contacto con el feminismo. Las mujeres siempre han reivindicado el derecho al propio cuerpo, el derecho a una sexualidad propia.
Claro. El “sexismo” y el “capacitismo” diría que son las dos patas fundamentales del capitalismo. El sexismo ordena toda la parte de la reproducción de la mano de obra y de los consumidores. Y el capacitismo, la parte productiva, separa el mundo en “capaces”e “incapaces”, mientras que el sexismo los separa en “hombres” y ”mujeres”, cada uno con su rol Y necesita que estas ideas parezcan naturales, apolíticas, para que se siga manteniendo el relato de que las cosas son así. Las luchas del feminismo y del “anticapacitismo” van de la mano.
Esto nos ha ocurrido, sin tenerlo previsto, cuando hemos hecho todo el proceso del documental. El proceso de hacerlo se ha convertido en un lugar de encuentro de muchos activismos vinculados con el cuerpo: el feminismo, el movimiento queer, el movimiento del activismo gordo, etc. Muchos grupos que están haciendo políticas alrededor del cuerpo nos hemos encontrado y han surgido alianzas políticas muy fecundas y muy interesantes. Porque el paradigma, el modelo de opresión es idéntico: una mirada que pretende justificar las desigualdades a partir de las diferencias; una mirada que pretende que hay una “normalidad” y si no encajas en ella es comprensible que tengas una mala vida. A partir de allí hay unos movimientos políticos que intentamos no encajar en ese modelo, sino romperlo, cuestionarlo y hacer una propuesta donde la gente pueda vivir como es y no que tengan que obligadamente ser de una determinada manera.
- Creo que tu intervención ha sido clarísima. Pienso que a los lectores y lectoras les interesará mucho lo que explicas. ¿Quieres añadir alguna cosa más?
Sólo recalcar que cuando hemos hecho el documental como en general, hay que pensar en la diversidad funcional no tanto (como suele ser habitual) en términos de “a ver cómo podemos ayudarles”. Creo que es muy potente políticamente pensar en qué es lo que la diversidad funcional ofrece al mundo. Y en el ámbito de las cuestiones de sexualidad y de género ofrece mucho. Abre unas ventanas de posibilidades muy interesantes para cuestionar justamente todas esas opresiones que tienen que ver con el género y que atraviesan el cuerpo y la sexualidad. Si miramos todos esos cuerpos “fuera de catálogo”, en los que es materialmente imposible encajar en lo que tienes que encajar, se abre una oportunidad. Tenemos que repensar esas diferencias no tanto desde “qué puedo hacer por esta gente”, sino desde “qué aportaciones puede hacer la diversidad funcional a la sociedad en general a los planteamientos de género y de capacidad.
- Porque al final, si empiezas a quitar mujeres, minorías, niños, mayores con dificultades, queda un reducto pequeñísimo.
Eso es lo terrible del modelo político que tenemos: que es difícil de combatir, porque lo sustentan ideas mitológicas, ideas que están deshabitadas: allí no hay nadie. La normalidad es un sitio donde no hay nadie. ¿Qué es normal? No hay nadie que sea normal.
- Sí, el “Apolo de Praxíteles”, je, je.
La idea de que haya individuos autosuficientes. Pero ¿quién es ese? No hay nadie que sea autosuficiente. Todos vivimos en comunidad y todo lo que hacemos depende de la comunidad. Si nos ponemos a pensar en cómo es nuestro día a día. Da igual si tienes diversidad funcional o no. El agua no la cogemos del río y la comida ni la cazamos ni la cultivamos. La ropa no nos la hacemos. La energía no nos cae del cielo. Todo lo que hacemos nos lo provee la comunidad continuamente. No hay individuos autosuficientes. La autosuficiencia es también una idea deshabitada, mitológica, que sustenta todo este modelo de opresión. Y es difícil combatir ideas mitológicas.
- Hay un libro que hemos comentado en nuestra revista, “La fantasía de la individualidad”, en la que Almudena Hernando, prehistoriadora y antropóloga, analiza cómo el mundo, construido desde una mirada masculina, se ha hecho desde lo que ella llama “dependencia no reconocida”.
Somos dependientes emocional y materialmente, pero hay unos procesos que invisibilizan esta dependencia. Si tú te pones a pensar en la cantidad de servicios y productos que utilizas en tu día a día y los contases y yo contase los míos, no habría una gran diferencia. Yo a lo mejor utilizo un producto poco habitual, como es la silla de ruedas, pero tú utilizas otros que yo no. Yo utilizo un servicio poco habitual, como la asistencia personal…
- Bueno, yo, como soy un poco sordo, estoy a punto de ponerme audífonos. O sea que..., je, je.
Claro. Al final no es que haya esa distinción que nos dicen entre “dependientes” y “autónomos”. No es real. Es simplemente porque se le atribuye un cierto valor mitológico a esos apoyos, porque se considera que es algo que tienen que hacer las mujeres de manera natural. Pero la condición humana es esa, hacer las cosas contando con los demás. No existen seres humanos que vivan aislados de las comunidades. A partir de ese reconocimiento se borra mucho esa frontera entre “capaces” e “incapaces”, entre “dependientes” e “independientes”. Hay que trabajar, romper esa falsa dicotomía.
- Muchas gracias por haberte prestado a esta entrevista.
A ti por venir hasta aquí. Ha sido un placer charlar contigo.
Entrevista realizada en el domicilio del entrevistado el día 2 de septiembre de 2016.
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