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¿Qué hacemos con los hombres?: hacia una propuesta de cambio positiva


Imagen extraída de rawpixel.com


Otro debate, que suscita no pocas polémicas en el marco de los feminismos, es el de cuál debe de ser el papel del hombre en la lucha por la igualdad de género, y si estos deberían tener cabida en los movimientos feministas. ¿Debemos mantenernos al margen?, ¿Debemos implicarnos en la lucha? Y si es así, ¿Cómo? Articular un diálogo positivo con los hombres es a día de hoy uno de los mayores retos del feminismo. En este artículo, me gustaría abordar cuáles son las diferentes opciones de participación que se nos han ofrecido, y cuáles son los principales problemas que dificultan la comunicación con los hombres, en la lucha contra las violencias machistas.


En los años que llevo implicado en temas de igualdad, he escuchado diversas propuestas dirigidas a hombres, según la corriente feminista, que puedo agrupar en tres líneas de acción diferentes, dependiendo de la visión que se tenga del hombre en relación al feminismo. Primero las expondremos, y luego las discutiremos.


La primera propuesta sería la no-intervención. Es decir, que los hombres se abstengan de la participación en los movimientos feministas. Es quizás la proposición más radical de las que aquí expondré, en el sentido en el que defiende la esencia del feminismo, como lucha de la mujer por emanciparse del hombre/patriarcado. Aquí, la participación masculina se percibe como una amenaza, en tanto que la inclusión de los hombres en el feminismo puede desviar la atención de la lucha, precisamente, hacia el sujeto que sostiene la opresión de la mujer. La implicación de los hombres en los feminismos llevaría en última instancia a su destrucción, porque este quedaría viciado por la misma ideología/sistema con el que se intenta acabar. La emancipación de la mujer nunca llegaría a término. La no-intervención consistiría entonces en ayudar a la lucha feminista, facilitando el cumplimiento de las demandas feministas y permitiendo a las mujeres ocupar espacios tradicionalmente masculinos. Pero sin implicarse directamente en el activismo.


La segunda propuesta sería una intervención prescriptiva. Nace aquí la figura del aliado: el hombre que defiende activamente las demandas de los feminismos. Esta proposición es la defendida por las corrientes feministas que entienden, que si bien el sujeto de emancipación (original/primordial) del feminismo es la mujer, la colaboración activa de los hombres es necesaria para alcanzar este fin, por lo que proponen una participación limitada como activistas dentro de los movimientos. Esta participación se materializaría en un activismo de segunda línea, lejos de los espacios públicos (incluyendo los medios de comunicación), donde los hombres trabajarían como figuras de apoyo, encargadas principalmente de divulgar los valores y demandas del feminismo entre los hombres. O en otras palabras, el hombre sería un prescriptor del feminismo de cara a otros hombres.


Y por último, la tercera propuesta. Recientemente, dentro de los grupos de hombres que actuamos en el marco del feminismo, se ha plantea una vía de intervención emancipatoria. Esta viene dada por el potencial emancipatorio que tiene el feminismo para el propio hombre. Osea, para liberar al hombre de los mandatos del patriarcado. Es una corriente que defiende que el patriarcado, si bien produce una situación de opresión sistematizada que recae en la mujer, también impone al hombre la obligación de participar de estas dinámicas de poder y violencia. El hombre debe, entonces, reclamar su derecho a la paternidad, a implicarse en los cuidados; acabar con las expectativas imposibles de rendimiento sexual de la masculinidad, reclamar nuestra presencia en espacios que habían sido relegados tradicionalmente a la mujer, etc. En esta línea, se propone al hombre como un sujeto de emancipación feminista. Esta propuesta estaría plasmada en una participación completa o equivalente a la de la mujer en la lucha por la igualdad de género, donde el hombre tendría capacidad de hacer sus propias demandas. No sería entonces, un mero prescriptor de las demandas existentes.


Tras una lectura de las propuestas o líneas de acción, se puede dar cuenta de que todas presentan ventajas e inconvenientes, pero lejos de ser incompatibles entre sí, pueden ser complementarias según las circunstancias.


En cuanto a visibilización de la violencia de los hombres hacia las mujeres, las corrientes defensoras del no-intervencionismo o del intervencionismo prescriptivo, son las que ofrecen un mejor valor. La ponderación del sujeto de emancipación femenino tiene mayor capacidad para garantizar la visibilidad de las violencias sufridas por las mujeres en el patriarcado, dado que la inclusión de otros sujetos de emancipación (hombres y LGTBIQ+) puede desviar la atención hacia otras formas de violencia. No obstante, son formas de participación menos efectivas que la tercera, a la hora de implicar a los hombres en la lucha por la igualdad de género. La implicación masculina (en base a nuestra experiencia en el trabajo con hombres), especialmente si se percibe en beneficio propio, aunque menos radical, puede tener mucho más potencial para cambiar o cuestionar los roles de género. Entiendo que es posible combinar diferentes aproximaciones según el contexto o el espacio en el que vamos a trabajar. Por ejemplo, en una manifestación para reivindicar los derechos de la mujer y el fin de las violencias machistas, cabe ponderar la visibilización de la mujer, manteniéndonos los hombres como una figura de apoyo. Mientras que, en una intervención educativa sobre género e igualdad, podríamos implicar a los hombres de una manera transformativa, planteándonos qué repercusiones negativas tiene el patriarcado en nuestra vida y cómo podemos cambiar esta situación.


Parece posible trabajar, simultáneamente, diferentes propuestas de implicación según el espacio y el objetivo de la acción/evento/demanda. En este sentido, existen espacios mixtos y no-mixtos. Hay ciertas situaciones en las que, es innegable, que el rol y la seguridad de la mujer deben ser los protagonistas, mientras que en otras el protagonismo puede ser compartido. Por lo que evitar una visión en blanco y negro de la participación masculina en el feminismo, es clave para que hombres y mujeres puedan sentirse amparados en las luchas relacionadas con el género.


Interpelar a los hombres: el gran fracaso del feminismo.


En los últimos años, hemos sido testigos del auge de movimientos políticos negacionistas de la violencia de género (Vox es el ejemplo estrella), y su acceso a posiciones de poder, en diferentes puntos del territorio español. Su discurso es más o menos claro: vivimos en una dictadura “progre” que nos ha impuesto su “ideología de género”, y que esta ideología, que busca enfrentar a hombres y mujeres, es un movimiento revanchista por la violencia que las mujeres sufrían en el pasado. Pero ahora, sus demandas son exageradas porque ya vivimos en una sociedad (más o menos) igualitaria. En relación a esto, cabe mencionar que la mayoría de los partidos políticos conservadores, también incluyen en sus programas la lucha por la igualdad “real” entre hombres y mujeres, y VOX habla de no-discriminación por motivo de sexo, lucha contra la prostitución y la trata.


¿Por qué entonces, si hasta los hombres conservadores admiten de una forma u otra la necesidad de una igualdad entre géneros (binaria y limitada, en base al concepto de equivalencia, pero igualdad al fin y al cabo), existe tanta resistencia a los feminismos? Como señalaría Žižek /Laclau, el populismo de derechas no identifica los problemas de los hombres como un problema estructural, del sistema político y económico, sino como la intrusión de una figura externa que altera la paz social. Si en el franquismo esta figura la ocupaba “el rojo”, en el contexto actual, la “femi-nazi” es uno de los fetiches de la ultraderecha. A esta se la representa como una joven lesbiana, grotesca tanto física como personalmente, una mujer furiosa con los hombres por su propia incapacidad para ser aceptada por los demás. Una mujer que canaliza su rabia en un discurso totalitario contra los hombres, que es incapaz de mediar palabra, y que ante cualquier comentario mínimamente sexista se siente ofendida.


Esta figura enemiga sirve para personificar una serie de malestares percibidos por los hombres: pérdida del rol masculino como proveedor del hogar, censura de la libre expresión de sus creencias, vulnerabilidad ante el sistema judicial (muchos hombres piensan que les pueden denunciar injustamente si “no firman un contrato” antes de mantener relaciones sexuales con una mujer), etc. La respuesta a estos malestares ha culminado con la constitución de un sujeto de emancipación masculino (machista), que lucha por emanciparse de la “ideología de género” que condena a los hombres y a las mujeres a una lucha sin cuartel, en la que el género masculino tiene todas las de perder. Para ello debe acabarse con toda iniciativa política que proteja a las mujeres en detrimento de los hombres. Es esta, en definitiva, una lucha por la hegemonía. Por acabar con la hegemonía del consenso institucionalizado en torno a las violencias machistas.


Muchas veces, en los movimientos feministas, nos jactamos de que el resurgimiento del machismo institucionalizado y el aumento alarmante de la violencia de género es un contrataque del machismo, es un síntoma de todo aquello que estamos haciendo bien. Una prueba de que la hegemonía machista está viendo al feminismo como una amenaza a su poder. Pero esta es una lectura demasiado autocomplaciente. Si nos atrevemos a escuchar el discurso de Vox, y leer entre líneas las preocupaciones de los hombres que apoyan sus propuestas, lo que encontraremos que Vox es precisamente el fracaso del feminismo. El fracaso en articular una opción de cambio positiva para los hombres, y en calmar los miedos de los escépticos del feminismo y la igualdad de género. Un fracaso en hacer nuestros los argumentos de los hombres que dicen, por ejemplo, que el porcentaje de muertes de hombres es mucho más alto que el de muertes de mujeres. Muchos de los datos que se usan con frecuencia para vilipendiar al feminismo, son precisamente la razón por la cual los hombres necesitamos la igualdad de género desesperadamente. Para acabar con la espiral de (auto)violencia a la que nos vemos abocados con el patriarcado.


Señal de este fracaso en la comunicación con los hombres es como el consenso en torno a la igualdad es (y ha sido), a menudo, forzado. Por un lado, hemos sido testigos del malestar creciente con la forma en la que los hombres se ven representados en la lucha por la igualdad de género. El aumento en la cobertura de las violencias machistas en los medios de comunicación y la creación de circos mediáticos en torno a algunos casos de violencia de género (el caso de la “manada” de Pamplona, por ejemplo), unido al auge del feminismo mediatizado (grandes demostraciones de fuerza en las calles, intervenciones de políticos/celebridades feministas, etc.), ha ayudado a generar un clima en el que muchos hombres se sienten interpelados como violadores, acosadores, maltratadores, etc.


Pero por otro lado, se han silenciado sistemáticamente las voces contrarias al feminismo, especialmente las de los hombres. Por ejemplo, en debates televisivos o intervenciones de figuras mediáticas masculinas, si estos presentan una discrepancia o argumento en contra de los discursos feministas, son interrumpidos automáticamente o confrontados con una respuesta violenta. Un hecho que no hace sino reforzar la postura de aquellos que piensan que el feminismo es una ideología totalitaria. También es habitual ver, como en diferentes plataformas o medios de comunicación, se confrontan las intervenciones escépticas con el feminismo, en lugar de con argumentos, con falacias. Por ejemplo falacias ad hominem (no se rebaten los argumentos, sino que desacredita a la persona), en este caso, lo que la persona dice no es válido porque es un hombre quien lo plantea. Por ejemplo, “eres un hombre, qué vas a enseñarme tú a mí sobre igualdad de género”. O por ejemplo, falacias de negación del antecedente: “Si está a favor de legalizar la prostitución, es un putero” y viceversa. Estrategias retóricas que generan resentimiento y minan la credibilidad del feminismo.


Nuestro error ha sido precisamente no haber sido capaces de darnos cuenta de nuestra propia (y creciente) hegemonía en el espacio público. Una hegemonía ganada a base de discriminar a los hombres que no quieren, o no pueden, cumplir las demandas de los movimientos feministas. Claro ejemplo de esto es la generalización de las políticas de “tolerancia cero” ante el machismo, que en primer lugar fueron pensadas contra las formas más brutales de violencia (asesinato, violación, acoso sexual), pero que se han extendido también a otras formas de violencia menos lesivas (en términos de dañar la salud de la persona), como hacer comentarios sexistas, no hablar con lenguaje inclusivo, etc. La problemática de la “tolerancia cero” es ampliamente conocida en otros entornos (como la en la escuela, la lucha contra consumo de drogas, etc.), y es que tienen muy poca o ninguna efectividad (no hay casi literatura científica que avale la capacidad de la “tolerancia cero” para prevenir la violencia). Y tiene efectos secundarios no deseados. Casi siempre los afectados por estas políticas son minorías o colectivos vulnerables (hombres que se mueven en entornos marginales), en el sentido de que acaban siendo los principales castigados por sus medidas punitivas.


Si queremos dar una propuesta de implicación positiva para los hombres, esta deberá ser a través de un proyecto de participación pedagógico, transformador y emancipador. Un proyecto que le de a los hombres la capacidad de aprender y repensar su masculinidad y sus relaciones con las mujeres. Un proyecto que, de nuevo, permita ver en sus miedos y reticencias los motivos por los cuales debe ser feminista. Desde el punto de vista de la pedagogía, si pretendemos que los hombres cambien, la “tolerancia cero” nos lleva a un callejón sin salida. El hombre debe de ver un beneficio para si mismo en el cambio. La justicia para/con la mujer es un motivo importante, pero seamos realistas: no es suficiente.


Raúl Ciro Matas Reyes

Artículo de opinión

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